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[TdF2018] El dopaje es rentable, por Antoine Vayer

05-08-2018, 23:02 - Antoine Vayer

Article written by Antoine Vayer and published in the french newspaper LeMonde on the 28th of July 2018. Thanks a lot to the translater Pablo Ruiz Lara (@Pablosti) for the spanish translation !

Veinte años después del caso Festina, Antoine Vayer, antiguo entrenador del equipo que simboliza el dopaje en el Tour de Francia, explora las metamorfosis del ciclismo.


BENOIT TESSIER / REUTERS pour LeMonde


No se trata de hacer apología pero los hechos están ahí: el dopaje es rentable, todavía y siempre. Cafeína, corticoides, Tramadol : los productos de base utilizados por una parte del pelotón responden a tres criterios para calificarlos como productos dopantes ? mejora del rendimiento, riesgo para la salud y opuestos al espíritu deportivo ? y sin embargo, son legales.

Su utilización por el equipo Sky, al menos durante el pasado, ha sido demostrada. ¿Son estos productos los que han permitido a Geraint Thomas desarrollar con una facilidad desconcertante alrededor de 420 vatios de media en los seis principales puertos finales de las etapas del Tour de Francia 2018? Como su predecesor en el Sky, Bradley Wiggins, encendió la llama olímpica, el galés ha vuelto a encender la llama de las proezas a un nivel que creíamos apagado para siempre.

El dopaje es rentable: los comentaristas, los tertulianos, los expertos en los medios de comunicación más seguidos son, a menudo, los que han blanqueado la trampa. En la negación de su pasado, incluso bajo juramento frente al Senado, animan, minimizando el dopaje actual. Esto les ha permitido subirse al ascensor social y ganar de esta manera dinero y notoriedad. El hecho de haber sido pillados y suspendidos por la patrulla durante sus carreras deportivas es incluso una plusvalía. Lance Armstrong me decía, antes de la sentencia judicial de su caso que acabaría con un acuerdo con la justicia estadounidense : "Antoine, me reclaman 100 millones de dólares: no los tengo". Solo ha devuelto alrededor de una decena. Presenta su propio programa de entrevistas. El dopaje es rentable durante la vida deportiva y después de ella. Es una inversión. Cometer un atraco garantiza la jubilación y la reconversión dentro del mundillo.

He hablado lo suficiente estos últimos veinte años con los cuatro presidentes de la Unión Ciclista Internacional (UCI) para saberlo. Hein Verbruggen, de la era de la EPO, el primer gran sepulturero del ciclismo, tranquilizaba a mi director deportivo del equipo Festina que temía que uno de nuestros corredores diese positivo en un control. Desde 1999, rechazaba la expresión "el ciclismo a dos velocidades" y amenazaba a aquellos que la empleaban.

Su sucesor, Pat McQuaid, de la segunda era Armstrong, entre cerveza y cerveza en un palacio en Lausana, alababa las investigaciones que buscaban legitimar el rendimiento de Lance. Él denunciaba el "sempiterno refrán franco-francés: no se puede ganar un Tour de Francia con solo agua cristalina". Lo sabía todo.

Brian Cookson, de la era Froome, en la sede de la UCI en Aigle (Suiza) me prometió restaurar la credibilidad del ciclismo gracias a su cultura anglosajona. Derrota. El francés David Lappartient también lo sabe todo. Solo ha tenido tiempo, en un año y con grandes costes, de no permitir el dopaje tecnológico.

El dopaje mantiene a una multitud de personas, entre las que se encuentran organismos y laboratorios que supuestamente lo combaten. Algunos de ellos se limitan a acompañar ese dopaje escondiéndose detrás del tópico: "Los ladrones tienen ventaja". Ellos también se alimentan de la bestia descompuesta. Los que no quieren ni mentir ni hacer trampas se ven o excluidos si se expresan, o abocados a callarse y a pedalear con la cabeza agachada. Intentan aumentar sus posibilidades humanas gracias a un trabajo encarnizado pero se tienen que contentar con un premio de consolación. Se tienen que contentar mientras que los que gestionan el deporte no lo hayan limpiado para ellos. Pero el dopaje es buen pagador y será muy difícil acabar con esta gallina de los huevos de oro.

Antoine Vayer